El príncipe saudita apuesta fuerte a la diplomacia con Cristiano Ronaldo para lavar la imagen del reino
A través del deporte, Mohammed bin Salman intenta tapar el triste récord de su país en materia de violaciones a los derechos humanos. Su objetivo es arrebatarle la organización del Mundial de 2030 a Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile
La figura del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, más conocido en su país por sus iniciales de MbS, enfundado en su túnica blanca y recostado en un enorme sillón se convirtió en una figura familiar en cada partido importante del mundial de Qatar. Fue un invitado especial del jeque Tamim bin Hamad Al Thani y se lo vio reiteradas veces en actitudes muy amistosas con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y varios otros dirigentes del fútbol global. Estaba ejerciendo la “diplomacia del fútbol” de la que se hizo un gran aficionado. Sabe que a través de este deporte se pueden lavar muchas culpas y él y su país lo necesitan desesperadamente después de la sangrienta guerra que lanzó en Yemen y el asesinato del periodista Jamal Kashoggi.
La inversión más grande jamás realizada en la compra de un jugador como la ocurrida esta semana con el portugués Cristiano Ronaldo para que juegue los dos próximos años y medio en el club estatal Al Nassr por 241 millones de dólares es una gran jugada en este sentido. También tiene como propósito apuntalar la que sería su máxima aspiración: la organización del mundial de 2030. Y Ronaldo tendrá que cumplir un papel muy importante para este propósito como embajador no oficial del reino en cada acontecimiento social y político en los que haya que estar. Se tendrá que ganar los 26.000 dólares que recibe por cada día de este contrato.
El príncipe MbS dice querer cambiar la imagen de Arabia Saudita arraigada durante siete décadas de un reino hermético que utiliza su riqueza petrolera para promover a escala mundial una interpretación ultraconservadora, supremacista e intolerante del islam. En su intento por diversificar la economía de su país y satisfacer las aspiraciones de una población muy joven que se quiere desprender del despotismo de los antiguos reyes, Bin Salman introdujo reformas sociales y económicas, al tiempo que endureció el control político. Pero el antiguo régimen tiene fuertes mecanismos de supervivencia y terminó involucrado –algunos lo indican como el máximo responsable- en el asesinato y la desaparición del cuerpo del periodista Kashoggi, crítico de su régimen, cuando asistió a realizar un trámite en el consulado saudita de Estambul. Amnistía Internacional asegura que en el reino se violan los derechos humanos en general y muy particularmente los de las mujeres y las minorías sexuales. Su ejército participa de la guerra civil en la vecina Yemen donde ya murieron más de 380.000 personas y provocó el desplazamiento de tres millones.
Y no es sólo Ronaldo. Los sauditas también organizan la Supercopa de España en Jeddah, su segunda ciudad más importante, después de invertir 120 millones de euros por los tres primeros años. En 2019 organizó el máximo torneo de tenis fuera del circuito ATP, la Diriyah Cup que repartió tres millones de dólares. Fue anfitrión del Gran Premio de la Fórmula 1 por segundo año consecutivo. Y además ya realizó tres ediciones del Rally Dakar, la última a comienzos de 2022. Claro que su movida más destacada fue cuando el conglomerado estatal Fondo de Inversión Pública compró el equipo de la Premier League inglesa Newcastle United por 413 millones de dólares. Fue después de casi dos años de discusiones en las que decenas de miembros del Parlamento británico plantearan duras preguntas y que Amnistía Internacional pidiera abiertamente que se investiguen los planes de inversión saudíes y el origen de los fondos.
Los sauditas saben que comprando el popular equipo de fútbol británico se aseguran un asiento entre los multimillonarios británicos y extranjeros que constituyen un poder extraordinario en Londres. Se sabe que la campaña para el Brexit, para alejar a Gran Bretaña de su antigua unión con el resto de Europa, fue financiada por apenas cinco adinerados en exceso apoyados por algunos oligarcas rusos y jeques deseosos de comprar prestigio en las islas. No son los únicos, Qatar y los Emiratos (EAU) marcaron el camino. Ya sabemos que Dubai se convirtió en poco tiempo en el destino preferido de las empresas extranjeras por su enorme riqueza y sus normas de estilo de vida relativamente liberales después de grandes inversiones en Gran Bretaña. Abu Dhabi es dueño del Manchester City. Qatar obtuvo la organización de la Copa Mundial de la FIFA 2022 y es dueño del Paris Saint-German de Lionel Messi.
De esta manera, Bin Salman se sumó a una larga lista de propietarios de clubes de fútbol de la Premier Ligue cuyas fuentes de poder están vinculadas a regímenes autoritarios. Roman Abramovich, del Chelsea, es amigo íntimo del presidente ruso Vladimir Putin; Nassef Sawiris, propietario del Aston Villa, es hijo de Onsi Sawiris, cuya riqueza procede principalmente del acceso familiar a los negocios corruptos del anterior presidente egipcio Hosni Mubarak; y Gao Jisheng, propietario del Southampton, es un multimillonario chino, que fue un importante oficial del Ejército Popular de Liberación y funcionario del Partido Comunista Chino.
Bin Salman aseguró en algunas entrevistas que el desarrollo del fútbol en su país forma parte de su programa de gobierno denominado Visión 2030. Lo ve como un medio para impulsar el nacionalismo en lugar de la religión como elemento central de la identidad saudí. Sabe que la estabilidad del reino y su futuro dependen de los proyectos de inversión y la diversificación de la economía, que deben crear puestos de trabajo para seis millones de jóvenes desempleados. “Es una inversión relativamente baja la que hace en el fútbol y que le puede traer grandes dividendos en términos políticos. La diplomacia del fútbol le está trayendo a Arabia Saudita una riqueza que no tenía y que puede legitimar otros negocios”, explica el doctor F. Gregory Gause III, experto en asuntos saudíes de la Universidad de París.
Con el fin de la era Trump y la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, la estrella de MbS comenzó a apagarse. Empezó a sentir el hombro helado con el que se recibe a los indeseables en las reuniones internacionales. Trump lo tenía como un gran aliado y firmó con él el mayor acuerdo de defensa de la historia por valor de 100.000 millones de dólares. Ahora, gran parte de la transacción quedó en el limbo desde la toma de posesión de Biden. Con su archienemigo Irán aumentando su arsenal armamentístico, impulsado por la posibilidad cercana de la bomba nuclear, Arabia Saudita está desesperada por aferrarse al mayor número posible de aliados.
Con Ronaldo en la manga, MbS también quiere quedarse con la organización del mundial de 2030 al que aspiran en conjunto Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile.
FUENTE: INFOBAE
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