Caso único en Argentina: por error médico le implantaron un embrión equivocado
Recurrieron a un laboratorio de San Isidro para poder ser padres por tercera vez. Por casualidad, descubrieron que el bebé no era suyo y hoy protagonizan un debate en torno a la privacidad, la identidad y la confidencialidad de datos sensibles.
Contar con la posibilidad de ser padres y madres, esperar la llegada de un hijo y que nazca con salud constituye uno de los eventos más trascendentales en la vida de las personas. En muchos casos, la fertilización in vitro se establece como vía que puede contribuir en la concepción de un niño o niña cuando se presentan problemas y se requiere de una reproducción asistida. Comúnmente, se obtienen óvulos y se los fecunda en un laboratorio; luego, el embrión se implanta en el útero. El procedimiento sucede sin mayores obstáculos y la felicidad desborda; sin embargo, ¿qué pasa cuando, por error humano, una madre gesta un bebé que corresponde a otra pareja?
Esta semana se conoció la noticia de una pareja de San Isidro que tuvo su tercer hijo por intermedio de esta técnica. Todo marchaba bien, pero cuando tras el nacimiento estaban por dejar la clínica, el padre observó que el grupo sanguíneo del bebé no se correspondía con el suyo ni con el de su pareja. Como amplía la doctora en Química y especialista del Conicet Patricia Cuaniscú “el grupo sanguíneo del bebé es heredado de sus padres. Puede ser Rh positivo o negativo y, además puede ser A, B o AB”. Los padres optaron por realizar un análisis de sangre y luego una prueba de ADN ante ciertos resultados de análisis al bebé que les parecieron extraños. Tenían la duda y buscaban corroborar la situación. Efectivamente, la sangre no miente: no había compatibilidad, por lo que el hijo no era biológicamente de ellos.
Bajo esta premisa, la sospecha de ambos apuntaba a que el embrión correspondía a otra pareja. Tras la denuncia, la justicia de San Isidro comenzó una investigación para determinar la existencia de delitos tales como supresión de identidad, estafas y lesiones. Se allanó el sanatorio (que al repasar el protocolo de acción no reveló dónde estuvo la falla) y se contactó a las personas a quienes podría corresponder el bebé. No obstante, la causa penal se cerró: para la justicia se trató de un error sin dolo, aunque podría haber lugar a una demanda por daños y perjuicios. También se averiguó sobre el destino que, finalmente, había tenido el embrión aportado por ellos y fueron notificados de que previamente debió ser descartado. Menos mal porque la confusión podría haber sido mayor si su embrión, en simultáneo, hubiera sido gestado por otra familia.
Aunque inédito en Argentina, este tipo de fenómenos acontecen de vez en cuando en el mundo. De hecho, si los padres no lo hubieran advertido a tiempo, puede que nunca se hubieran enterado de la situación. Ignacio Maglio, abogado y especialista en bioética, consultado por Página 12, comenta: “La verdad es que son casos infrecuentes pero, aunque muchas veces no se conozcan, los hay. Cada caso es muy particular y se soluciona de manera específica. Además de los daños y perjuicios ocasionados a esta familia, la denominada pareja biológica podría reclamar una opción de maternidad/paternidad por el embrión equivocado. Seguramente habrá alguna demanda más. Aunque se trate de un error involuntario, eso no los exime de responsabilidad a la institución a cargo”.
La complejidad de este caso, como todos los que se encuadran en el marco de la bioética, radica en la multiplicidad de aristas y abordajes. Desde el punto de vista biológico, el experto del Conicet Alberto Kornblihtt apunta que “no es nada raro que una mujer albergue un embrión que no corresponda a su óvulo o a los espermatozoides de su pareja, pero siempre se hace de manera consentida. En este caso, no fue consentido sino un error de la clínica, por lo tanto no tiene mucha reflexión desde el punto de vista biológico”. Luego, el referente completa su reflexión: “Más allá de eso, entiendo la sorpresa de los padres, pero personalmente siempre he establecido que la verdadera maternidad o paternidad es la de los afectos y la crianza que se les da a los bebés recién nacidos y al niño. En última instancia, si ellos están preparados para querer al bebé y protegerlo como si fuera su hijo biológico, lo más importante es la paternidad socioafectiva”. Kornblihtt desconfía del determinismo genético, ese que señala que los “verdaderos hijos” son los que llevan los genes de sus padres. En concreto, la afectividad es la que cuenta.
Nudos legales y cruces filosóficos se cuecen en torno al suceso. Sin ir tan lejos: ¿a quién corresponde el niño? ¿A la familia que lo gestó, o bien a quienes aportaron el material genético? ¿Es más fuerte la pertenencia genética o la socioafectiva?
Controversias, vulnerabilidades y derechos en pugna
“Una de las cuestiones que prevé la ley es crear ciertos registros que en la actualidad no existen. Por lo tanto, faltaría cumplir con algunos aspectos que nos permitirían tener plena certeza de que este tipo de acontecimientos no se presentarán. Faltan controles, evaluaciones más estrictas, hay muy poco chequeo con respecto a cuándo, cómo y para quién se emplea el material genético”, dice Eleonora Lamm, doctora en Derecho por la Universidad de Barcelona y experta en el área, que refiere, por ejemplo, a la Ley de Reproducción Médicamente Asistida y a su aplicación inadecuada.
Luego de su diagnóstico, Lamm contribuye a plantear un lente distinto a través del cual examinar el conflicto. “Entiendo por un lado que se quiera indagar el origen genético de la persona, pero en realidad es bastante complicado porque, según el derecho civil y comercial, a quien corresponde el derecho a saber quiénes son sus padres es al niño y lo hará, si lo desea, cuando crezca. La maternidad va a estar dada por el parto, por quien ha parido al bebé, y la paternidad por la voluntad creacional y por el vínculo socioafectivo que se genere. En términos filiatorios, la filiación les corresponde”.
La pareja, asimismo, podría demandar por daños y perjuicios porque se les brindó un embrión distinto, al tiempo que sufrió una mala praxis porque en ningún momento se les informó el estado real de su embrión original. “En este caso, el material genético es de una donante de óvulos, mientras que quien ha aportado el material genético que corresponde al semen no se sabe. Por eso, la pregunta que hay que hacerse es si debemos indagar quién fue el aportante”, insiste Lamm. Y completa: “Hay que tener en cuenta que a los donantes de material genético muchas veces les da igual a dónde va destinado, por algo van y donan. El varón, por su parte, no sabe con qué material genético se mezcló: quizás aportó para que se utilice en el cuerpo de su pareja y por error se terminó aportando en el cuerpo de otra mujer”.
Con todo, entran en juego aspectos vinculados al resguardo de los datos y a la intimidad de las personas cada vez que aportan su material genético en clínicas de fertilidad. De hecho, para poder saber a quién corresponde el material genético del bebé, habría que evaluar datos de muchas personas que no estarán dispuestas. “Un interrogante de fondo es preguntarse hasta dónde puede pesar lo genético, de manera que lleve a las autoridades correspondientes a hacer una búsqueda de este tipo”, subraya la especialista. Abrir la posibilidad de buscar, presenta la opción del reclamo y emerge la controversia. En resumidas cuentas: ¿hasta qué punto lo genético tiene preponderancia si están en juego otros derechos como la intimidad?
Antecedentes: más preguntas que respuestas
A fines de 2019 se conoció un caso similar en Estados Unidos. Una pareja de California recurrió a una clínica de fertilización con la esperanza de ser padres y luego de nacido su bebé advirtieron que, sorpresivamente, no se parecía a ninguno. De hecho, tenía rasgos físicos tan diferentes que llamaban la atención. Ante la duda, decidieron realizarse una prueba de ADN y confirmaron sus presunciones: el niño gestado no era su hijo. Sin embargo, a pesar del mal trago, la historia terminó de una manera feliz: consiguieron localizar a la pareja que había tenido a su hijo y los intercambiaron. En paralelo, la resolución no suavizó la bronca: la pareja demandó al Centro de Salud Reproductiva de California y a In VitroTech Labs, el laboratorio de embriología a cargo.
Diez años antes, en 2009, una mujer de Ohio inseminada artificialmente descubrió que el embrión no le pertenecía. Desde la clínica, le comunicaron el error cuando llevaba dos meses de embarazo y fue noticia. En esta ocasión, decidió preservar el embarazo para luego entregar el bebé a sus padres biológicos.
Las preguntas también se estacionan en fila en estos casos y sirven para alumbrar las emociones y la situación por la que podría estar pasando la pareja argentina. ¿De qué forma se transita una situación semejante? ¿Cómo se recuperarán los padres de una experiencia como esta? ¿Qué hay de la salud mental de la gestante y su pareja? La ansiedad y alegría que se transforma en angustia y desolación.
FUENTE: PÁGINA 12
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